jueves, 9 de enero de 2014

ALGO EXTRAÑO.


 No sirve de nada que des la luz.

Cuando se acurruca en la esquina con la cabeza entre las piernas, de poco sirve que des la luz para iluminarle la habitación, porque él seguirá a oscuras. La oscuridad es una elección propia, eso dice él.

El muchacho de la gorra es un chico muy activo. Va corriendo a todas partes. Rara vez se sienta, siempre parece tener prisa. Avanza tan rápido que choca con las cosas antes de que lleguen a él. El va a su encuentro, no tiene paciencia para esperar a que lleguen. Las descubre, las acecha y las atrapa. Pero hay veces que se agota, que al mirar hacia delante no ve nada. –Es el cansancio- Me dice, y entonces decide sentarse y esperar. Solo cuando la línea del horizonte se llena de sombras el muchacho se lanza hacia delante, pero cuando esa línea permanece solitaria el muchacho se sienta a descansar.

El lienzo que define nuestra casa es un lienzo grande. En el puede pintarse todo aquello que se desea. Unos días es el mar el que nos trae la brisa con olor a sal, y otros el bosque con su olor a campo de verano. Nadie sabe llegar hasta aquí porque no hay entrada, ni salida, por eso cuando le descubrí por primera vez sentado en la esquina de mi habitación, agazapado bajo su gorra me sobresaltó tanto. Él levanto la cabeza, me sonrío, y después volvió a esconder el rostro entre las rodillas. Paso varios días en ese lugar. Desde entonces, puedo verle a través del lienzo como si tan sólo una cortina de aire nos separa. Sé que no es así.

No sirve de nada dar la luz.

La última vez que estuvo aquí puede preguntarle por donde había entrado.

-Hay una rendija, en vuestro lienzo, hay una rendija, pero  no se lo digas a nadie.

Mire el lienzo, y en la parte inferior, a la izquierda, encontré una minúscula línea que había quedado sin pintar. Fina, pequeña y con color a nada. He de procurar que no la pinten. Si él puede entrar y salir, yo también.

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