jueves, 19 de enero de 2012

EL CUERNO DEL UNICORNIO


 ELISA. ¿Recuerdas la historia del unicornio? ¿Recuerdas el miedo del unicornio?

Elisa y yo teníamos 12 años. Ella era una niña muy guapa. Era delicada y sutil.  Su rostro era pura armonía. Las dos habíamos nacido bajo el signo del caballo en el calendario chino. –Somos dos caballos de fuego- reía Elisa. Pero éramos muy distintas siendo iguales. Ella, armonía, yo impertinencia, ella un rostro delicado, un rostro personal  el mío. A veces me gastaban bromas en el colegio. Yo tenía una nariz diferente, sigo teniendo una nariz diferente, y eso cuando eres pequeño se convierte en un buen material para las bromas. Yo me enfada y me ponía triste, y sentía miedo e inseguridad.  Una tarde al salir del colegio…

ELISA. ¿Te he hablado del unicornio?
ISABEL. No
ELISA. Tú y yo somos caballos, caballos de fuego.
ISABEL: Ya
ELISA. Pero creo que tú has llegado  mas lejos, no eres simplemente un caballo de fuego. Creo que tanto fuego en ti,  te ha convertido en un Unicornio.
ISABEL. ¿Por mi nariz?
ELISA. Si, es tu cuerno sagrado. Tu nariz es tu cuerno sagrado.  Has dejado de ser un caballo, ahora eres un hermoso e impertinente Unicornio.
Isabel. Los Unicornios no existen.
ELISA. ¿Y entonces, tu?
ISABEL ¿Yo que?
ELISA  ¡eres la prueba de que los Unicornios existen! ¿Sabes porque tienen un cuerno en la frente?- Y  Elisa se detuvo, dejo de caminar… eso era excepcional, porque Elisa siempre hablaba caminando-
ISABEL: No
ELISA. Porque es un catalizador del miedo. Cuando un caballo se asusta, y se asustan mucho, tú y yo lo sabemos,  cuando se asusta pero  aguanta, y remontan, y pelea, y corre pero a la vez permanece, cuando un caballo se resiste a ser domesticado, cuando lucha por su libertad,  cuando lucha por asumir su miedo, un miedo extremo, irracional, cuando lo hace, todo ese  miedo se convierte en un cuerno dorado que atraviesa su frente y  le señala como  Valiente. Eso es tu nariz,  es el Cuerno del Valiente Unicornio que tú eres.
ISABEL. Es una bonita historia pero no me ayudara a aguantar tantas bromas. Me canso. Pero los caballos descansan de pie… ¿verdad?
ELISA: Si, y los Unicornios, lo hacen volando.

Elisa siempre me hace reír cuando me recuerda cosas de nuestro pasado, nuestro pasado de niñas que fue la época más rica de nuestras vidas. Han pasado muchos años y ante el miedo que me atrapa a ratos, ante el miedo que se convierte en pánico, Elisa vuelve a la niñez y me trae nuestras historias. Todo está en la propia vida…

ELISA.  ¿Ves como tu Unicornio te ha ayudado?, lo ha hecho porque sigues aquí, con tu hermosa nariz.

Elisa siempre encontraba la forma de salir de un lugar, caminaba, caminaba, caminaba y mientras yo hablaba…. Y sigue haciéndolo aunque ahora parezca haber perdido el paso, haber perdido la sencilla verdad con la que afrontaba las cosas. Aunque el dolor de lo que ha pasado parezca haberla distraído, yo se que no es así.  Mientras yo aguanté las bromas de los chicos Elisa encontró para mi la historia de mi hermoso Unicornio.

ELISA. Cuando tengas miedo recuerda lo que llevas en el rostro, no lo olvides nunca, es mágico y te define como un ser mitológico y valiente. Te señala  como uno de los Unicornio que aún siguen en la tierra.

He sentido miedo muchas veces y cuando se presenta ante mí,  siempre recuerdo el poder de mi cuerno mágico para convertirme en un veloz caballo que corre tan rápido, tan rápido que consigue llegar a cualquier parte, que consigue volar.

ELISA. Yo sigo siendo un caballo. Pero camino junto a un Unicornio y eso no es nada corriente. Cuando te asustes… vuela, vuela….

Estos son días de miedo, días de tristeza y de duda, y todos esos oscuros sentimientos pierden valor cuando paso al lado de algún escaparate y me veo reflejada en él. Desde el otro lado, el cristal me devuelve nítido,  sereno y valiente la imagen de mi intrépido Unicornio. Y entonces me siento tranquila. Haz la prueba, detente ante un escaparate y mira a ver que ves…. ¿qué imagen te devuelve el cristal?  Pero hazlo con otra mirada, hazlo con la tuya.

Gracias Elisa.

jueves, 12 de enero de 2012

NO PIDAS LO QUE NO DAS

ELISA

Elisa ha llamado hoy. Me resultaba inquietante escucharla. Hablaba y hablaba, y Elisa no es de hablar mucho. Normalmente ella escucha, asiente y resuelve en dos palabras. Hoy  sin embargo hablaba y hablaba,  parecía nerviosa y asombrosamente tranquila a la vez.

ELISA: Me duele el cuerpo. Me duele el alma… me duele en un espacio profundo cuya puerta se encuentra en mi estomago. Es una mezcla de vacío, vértigo, angustia y tristeza. Me duele y me asombra.

Y entonces yo me pierdo. ¿Qué decir? ¿Cómo ayudar a alguien que se expresa respondiéndose?

ELISA: Pasa el tiempo… me recupero, me recoloco en mi nueva vida pero de vez en cuando algo me incomoda, como cuando la ropa no se ajusta al cuerpo. De repente todo carece de sentido, la lógica desaparece y el dolor y la tristeza me recuerdan el gran cambio. Y el cambio se tiñe de eso… y tengo que sacudirme para alejarlo de mí.

Y la escucho a través del teléfono y me angustio, siento un nudo en la garganta y agarrada al móvil asiento como si ella pudiera verme. ¿Cuánto dura la pena? Creo que hasta que te llega al cuerpo, se adentra en él, lo habita, y se aleja serenamente sin que apenas te des cuenta.

ELISA: Ayer un amigo me dijo: - no pidas lo que no das- y no logro entenderlo… no se a que se refiere. ¿Qué pido? ¿Qué no doy? Solo quiero recuperarme y seguir caminando, como cuando éramos niñas y yo avanza mientras tú hablabas y envolvías de ruido el camino.  Solo quiero sentirme en paz… ser fiel y honesta conmigo. Seguir abierta a la vida. ¿Y eso no lo doy? ¿Qué no doy?

Y  me asombro del comentario. –“No pidas no lo que no das”- Pero Elisa pone todo su ser en la vida, y solo pide libertad para vivirse. Creo que ya lo entiendo: pide libertad y en el fondo no se la está dando a si misma. Tal vez debería vivir más libremente… ¿y la libertad le caería directamente del cielo? Si le digo esto a Elisa sonreirá y me dirá que es la pescadilla que se muerde la cola. 

ELISA: No pidas no lo que no das. ¿Yo que pido Isabel? Solo pido recuperarme profundamente, ser fiel a mí. ¡Claro! Eso es lo que tengo que dar… Gracias Isabel

ISABEL. ¿Por qué? No he dicho nada.

ELISA. Por eso. El silencio es el hogar de las cosas que nacen.

ISABEL: Ya. Y la que contesta es mi pequeña Isabel, esa niña de diez años que perseguía a Elisa con cara de asombro.

Cuando pedimos algo al cielo nos olvidamos de ponerlo en nuestra vida. Cuando lo hacemos, el cielo lo deja caer sobre nosotros.