lunes, 23 de noviembre de 2015

PARA ELISA; SINUÉ



Sinué recordaba la música que acompañaba el canto de una voz femenina. Podía transportar su mente hasta esa melodía, y así recordar la letra de una canción extraña que se repetía una y otra vez en el interior de su cabeza desde que era una niña:

“Algún día te haré un regalo hermoso, se escapara
entre tus dedos si pretendes atraparlo, y solo a través de tu oído llegará a tu corazón”

Hace tiempo que yo también lo he recibido.

Eran bucles de sonidos hermosos que se transformaban en palabras llenas de misterio para una mente tan pequeña. Pero algún día, llegaría el día…

Lo primero que hizo fue tararear la melodía que sonaba en su interior. Aún no conseguía componer fuera de ella la música que escuchaba, así pues debía ser que llegaba del recuerdo de una nana. No siempre era la misma, variaba y era hermosa, no tenía letra alguna, solamente era música que habría de transformar en palabras.

Sinué se movía al ritmo de los sonidos de la vida. Acompasada siempre con la música que producían los objetos y las personas que la rodeaban. Danzaba cada segundo en un baile discreto y apenas perceptible, invisible para los ojos ajenos. A través de esos regalos de su oído ella vivía la vida. Cada objeto emitía su propia melodía, precisa, perfecta y única, una melodía que lo diferenciaba de los demás. Cada persona poseía su música y a través de ella Sinué los nombraba. La vida y la existencia eran música, sonidos que se mezclaban en combinaciones diferentes. La única melodía que Sinué aún no había escuchado era la propia, por lo tanto no estaba segura de que Sinué fuese su verdadero nombre. Su música debía sonar muy dentro, escondida o apagada por el sonido de todo lo que la rodeaba, pero sabía que la poseía. Ella era la melodía más hermosa. Ella era la música.

Cuando tuvo la altura suficiente para poder llegar hasta El, ese instrumento tan grande que la había visto crecer, se sentó en sus rodillas, y mientras le acariciaba el rostro, apretando cada uno de sus rasgos, escuchó una canción. Así fue como la pequeña Sinué aprendió a tocar el piano. Era con caricias de intuición que al unirse formaban melodías. Las melodías del mundo que la rodeaban. Sinué creció en sus rodillas. Amanecía y con el sol se levantaba, con la carrera de descubrir algo mágico, llegaba hasta él y le acariciaba la tez. Y sonaba y sonaba para ella. Él componía hermosas melodías que le regalaba. El era la voz que ella aún no tenía.

Ella permanecía en silencio cuando el resto de los que la rodeaban hablaban y hablaban. Entonces entorpecían los verdaderos sonidos que descansaban en el silencio ruidoso de la verdad. Todos pensaban que Sinué no tenía palabras, que el silencio atrapaba su garganta y oscurecía su voz y que por eso la pequeña nunca había emitido un solo sonido que no fuera música. Pensaban que padecía una extraña enfermedad y así, con la ayuda de la costumbre fueron olvidando el problema y apreciando los ruidos de Sinué

Sinué sabía hablar perfectamente pero creía que ella no estaba allí para hacer eso. Las palabras tienen su música y ella se expresaba a través de ésta. Sus frases eran perfectas y coherentes aunque nadie pudiera entenderlas. Solo el piano traducía su lengua. Solo el piano conocía el texto de sus relatos. Le guardaba el secreto y a veces al enmudecer se burlaba de las gentes que “atentamente” apenas entendían nada. La pequeña Sinue se aferraba a él. Cuando el piano no acompañaba su discurso, su voz suave de niña tarareaba y tarareaba, con los ojos muy abiertos para ver qué ocurría y entonces ocurría la nada que contiene todo.

Sin duda el regalo de la canción llegaría en cualquier momento.

Al crecer, el piano fue adaptándose a su cuerpo y formó con ella una unión de amor. Apenas ya cabía en sus rodillas y era ella la que le sujetaba, ese rostro culto por los años, componía canciones de otras tierras. Sinué aferrada siempre a su piano no sabía vivir fuera de él. Hermosa, con el susurro suave de la luz de la verdadera voz, con el aliento aliado a la caricia de las palabras, con el tiempo sumergido en el tempo del sonido y con el silencio alto y enérgico de la voz unida a las palabras escondidas en el interior de su garganta, se convirtió en una mujer.

Un día, y no un día cualquiera, cada nota es la precisa en el universo de la música, al llegar el sol a ese punto de unión con la tierra en el que ésta le abraza y produce una música llena de luz, una luz con melodía de graves que resuenan directamente en el pecho del hombre, el ruido externo de la vida de Sinué asumió un volumen discreto en el interior de su oído, y apareció una maravillosa música nueva que significaba su nombre, que la definía. Supo entonces que había llegado el momento. La armonía viva en el silencio, así se llamaba ella.

Su ser, consistente hasta entonces en la música, le hizo componer las melodías que sonaban ya no solo en su interior.

Aquel día estaba sola una vez más. La casa se vaciaba, la familia olvidaba nombrarla confundiéndola con la música que provenía del salón. Vivía para acariciar las teclas que le hacían realidad. Sinué sabía que la música, desde que había sido una niña se había confundido con ella, se mezclaban una en el interior de la otra. Era ella, la expresión de su alma, la que él convertía en voz. Sinué, quería transportarse por las ondas hasta llegar muy dentro de su piano. Abandonar el mundo del silencio de las gentes que no entiende cómo suena el sol cuando se va.

Una tarde, aferrada a sus notas, inclinada sobre el teclado color tormenta, con los ojos cerrados hacia dentro, y el cuerpo repleto de una tensión que representaba la de la unión de todos los movimientos, que al combinarse se convierten en apacible quietud; Suspiró al ritmo de una música que ya no sonaba en su interior. El piano, tan sabio como era, le regalaba voces sin que ella acariciase las teclas de su rostro. Sentía como esa música recogía cada parte de su ser y transformaba su cuerpo de mujer en una nota extraña enfrente, en el papel, contenida entre cinco líneas. Sin temor, se abandonó a ese hecho con las manos extendidas hacia él. Y la música fue convirtiéndose en su aliento suave y en su ser. Sinué se evaporó en el aire. Su estructura formó una canción que se quedó impresa en el pentagrama y el piano al fin, cuando la hubo acogido, se decidió. Sonó fuerte con gran estruendo recogiendo el alma de la niña grande y con notas de aliento en esa alma, dejó al viento el aroma de una canción.

Sinué se encuentra ya en la música. En lo profundo del entramado de ese piano de madera y huecos. Ahora, él expulsa sin la caricia de nadie una música difícil de entender.

Sinué, acurrucada entre las notas, me descubre un mundo que no conozco. Que hasta ahora había estado sordo, solo silencio, solo eso. Ahora ya no. Sinué es cada nota de la música que escucho solo en mi corazón. Es una música privada y única. Ella acude a dar forma a la melodía si le doy tan solo una nota de razón. Si silencio el ruido del exterior y permanezco escuchando mi interior, Sinué sabrá que ahora amo la música y encenderá para mí un sonido único. A veces esta más alta y otras más baja, tan baja que apenas puedo oírla, pero siempre sé que está en mi interior esa melodía que me define y me nombra. Hace años que la escucho y cuando siento que se esconde, mi alma sonríe pues sé que siempre permanece.

Sinué recibió el regalo y decidió convertirse en él, simplemente eso. Ahora a través de la voz del silencio, me enseña a escucharme, a saber interpretar esa música que solo tengo yo. Es el ritmo que define mis días, melodías que hablan solo de mí. Al final, componen mi canción que se esconde para siempre en el fondo de mi oído. Si afino, esa escucha será permanente. Nadie, salvo yo, puede quitar el volumen. Siempre esta ahí aunque a veces no haya podido escucharla. Ahora tarareo la canción y aparece la magia…

Sinué creció con los sonidos, en un mundo para los demás, sordo. Siempre pensaron que esa niña no podía ni oír ni hablar y al final ella se convirtió en música para recordarle a cada uno que tiene su propia voz. Una niña sorda y muda que vivió en un tiempo en el que permaneció muy sola por ser única. Ahora hay mucha gente diferente rodeándome y yo me pregunto qué saben que yo no sé y que les hace ser así. Cada vez que alguien que no es como yo, que no habla, que no oye, que vive en otro mundo, se pone delante, imagino que tiene un secreto. Un secreto que ganará al tiempo, que le hará ser quien es. Entonces ya no siento que tiene un problema sino que es especial. Me acurrucó con él y espero a que me lo enseñe.

Yo también voy a tocar el piano.

Tu si quieres, puedes entrar en el silencio y aprender quién eres. Si afinas, Sinué tocará para ti.




martes, 17 de noviembre de 2015

CON LOS DEDOS EN EL CIELO


De puntillas, alargo sus brazos, los extendió tanto como pudo, metió sus dedos entre las nubes, y con la mayor de las delicadezas las aparto, dejando un cielo abierto sobre su cabeza.
Siempre había pensado que el tacto de las nubes seria como el algodón de las ferias, pero no pegajoso. Suave. Pensamiento de niña. Pensó que se deslizaría entre sus dedos y que tendría que tener cuidado para que esas nubes no quedaran enredadas entre ellos. Eso es lo que siempre había pensado.
Cuando amanecía un cielo encapotado y gris, cuando la luz se hacía tenue, y el frío llegaba, la mayoría de los habitantes se sentaba al borde del camino a esperar a que el cielo volviera a ser azul. No importaba el tiempo que hiciera falta, ese tiempo se ocupa en el descanso y en el silencio. Cada uno se miraba los zapatos o las manos por un tiempo indefinido. Así hasta que el viento se llevaba las nubes. Podía ser un tiempo infinito o tan solo un instante, el que ocupa una respiración. Pero aquel día ese cielo lleno de nubes blancas y grises le pesaba sobre la cabeza. Nunca antes había sentido el peso de las nubes, porque se supone que las nubes no pesan. Nunca antes ese peso se había posado sobre ella haciéndola sentir pequeña, sentada en aquella piedra. A penas podía mantenerse erguida, la aplastaba contra el camino de tierra, y la tierra comenzaba a entrar en sus ojos y en su boca. La hacia llorar, le escocían los ojos y las lágrimas, en su boca, mezcladas con el polvo, hacían que apenas pudiera tragar. Respiraba con dificultad. Sintió miedo. Aquello era nuevo. A su lado los demás seguían el eterno ritual de la espera, pero sin embargo ella no era capaz. Apenas podía mantener la mirada limpia. Sus manos presionaban la tierra ayudando a su espalda a mantener un pequeño espacio libre para poder respirar. Solo era un cielo encapotado, tan solo uno más, pero distinto. Distinto. Distinto. Diferente. Y el peso en su cabeza la lleno de ideas. Si era distinto el peso del cielo, distinta habría de ser su reacción. Entonces, despego los dedos de la tierra seca y se levantó. De puntillas, alargo sus brazos, los extendió tanto como pudo, metió sus dedos entre las nubes, y con la mayor de las delicadezas las aparto, dejando un cielo abierto sobre su cabeza. Un cielo azul. Y entonces, solo entonces, alguno de ellos, la miro con extrañeza.
Sintió un cosquilleo en la coronilla y sonrió.