miércoles, 19 de octubre de 2011

EL IMPULSO INVOLUNTARIO



ELISA

Ahora mismo tengo ganas de rendirme.

No estoy luchando por nada. Tan solo quiero ser yo…. Pero aun sin lucha “aparente” siento ganas de rendirme. Quiero dejar de apretar… quiero dejar de esforzarme… quiero dejar de escuchar a mi mente, ella me salva, ella me alienta, me anima, me levanta, me acoge, me dirige, me acuna, me habla, me escucha… ahora solo quiero dejarme llevar. Rendirme  para mí ahora significa sentir, escucharme, estar conmigo y dejar de correr delante o detrás de mi propio cuerpo. Siento eso, sinceramente, ¡ríndete! y creo que si lo hago la vida empezará adarme la mano con mas fuerza. ¿Parece extraño lo que digo?  Sin embargo siento lucidez cuando aflojo, cuando suelto los pensamientos y los dejo desaparecer. Creo que rendirme es la única manera de vencer. Ninguna de las dos palabras me gusta. Quisiera encontrar otras que pudieran expresarme mejor, pero no las tengo… en realidad me gustaría deshacerme de todas las palabras. Rendirse produce miedo. No se debe…. Hay que pelear… rendirse no está bien visto socialmente. Se asocia a fracaso… creo que es éxito.

Hoy estoy… Iba a decir cansada pero no sería cierto. Estoy desorientada. Isabel diría que es la  manera de encontrarse, desorientarse. Que cuando te siente perdido es porque vas a encontrar algo, algo grande y hermoso que te hará ir más allá. Ella me animaría a dejarme, a rendir mi ser. Ella que nunca se rinde.

Es como cuando te lanzan la pelota jugando, instintivamente intentas cogerla, aunque falles, tu  cuerpo, tus músculos actúan solos para recogerla, a pesar de ti.

Cuando éramos niñas nos gustaba jugar en el recreo al balón prisionero… recuerdo que Isabel era muy competitiva, no le gustaba perder… Debías evitar que el balón te diese. Tus nervios y tus cuerpo se compinchaban para evitar que te alcanzara… pero esa mañana Isabel permanecía inmóvil. Los chicos apuntaban y trataban de darle con el balón y ella no se movía. Yo le gritaba  -¡vamos!, ¿que haces?-  El balón parecía evitarla… hasta que le dio, y le dio muy fuerte. ¡Eliminada! Después jugamos a pasarla. Había que coger el balón y pasarlo a un compañero. Una vez más tus nervios y tus músculos se aliaban para no dejarlo escapar, para atraparlo, para intentarlo al menos. Isabel permanecía quieta, el balón pasaba de largo, una y otra vez…. -¿pero que haces? -Vencer el impulso involuntario, rendirme-. Teníamos 14 años. ¡Vencer el impulso involuntario!  Era yo quien solía decir cosas extravagantes. Así aquello fue impactante para mí. Creo que es la única vez en nuestra vida que he visto rendirse a Isabel.

Ahora voy a hacerlo yo… ¿a ver que pasa? 

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