domingo, 8 de septiembre de 2013

UNO, DOS Y TRES. ELISA E ISABEL

Teníamos ocho años. Mi madre pensaba que eramos demasiado pequeñas para cualquier cosa. Yo tengo una hija de casi ocho años y a veces pienso lo mismo. Otras en cambio, cuando la observo detenidamente, me doy cuenta de lo capaz que es, de la gran dimensión que en realidad tiene, la misma que teníamos  Elisa y yo a su edad. Me recuerdo entonces, y al hacerlo,  me resulta mas fácil reconocer a mi hija.

Elisa quería perderse en el bosque. Normalmente llegábamos hasta el rió y después regresábamos. No debíamos cruzarlo porque  llevaba mucha corriente... Eso decía mi madre. Pero Elisa quería saber que había mas allá. Me pase todo el camino hablando .Ella tan solo caminaba en silencio como siempre. Al llegar al río se paro un instante, se quito los zapatos, los dejo sobre una piedra y se introdujo en agua. Yo estaba completamente asombrada, no esperaba que Elisa  hiciera eso. Ella caminaba segura sin mirar atrás. Apenas luchaba contra la corriente. No avanzaba en linea recta, el agua la desviaba hacia la derecha, pero lo hacía segura. Paro en medio del río. Se dio la vuelta y me miro. El agua bajaba veloz alrededor de sus piernas, pero no la hacia caer. Elisa sonrió, dio media vuelta y llego a la otra orilla. Yo no sabia que  hacer. Solo podía mirarla a ella frente a mi, al otro lado, y mirar sus zapatos sobre la piedra. Elisa me grito: -¿vas a dejar que te lleve la corriente?-  me quite los zapatos, los deje junto a los suyos y me introduje en agua. Podía sentir la fuerza con la que me rodeaba, era un abrazo fuerte que me hacia caminar segura. Sin dificultad llegue al otro lado. Estaba nerviosa y feliz por lo valiente que habíamos sido. Elisa comenzó a andar.
-Esto va a ser mucho mas difícil- me dijo.  El suelo estaba lleno de  hierbas, palos y piedras. Nos dolían los pies al caminar. -¿Sientes como pincha? y a esto no le teníamos miedo- me dijo Elisa.  Se sentó en el suelo. Yo seguí caminando, no me importaba hacerme daño en los pies después de haber conseguido atravesar el río. -La próxima vez tráete los zapatos-  le dije. Elisa se levanto y siguió caminando a mi lado. Ese día llegamos a casa por camino nuevo, descalzas. Cuando volvimos al día siguiente para buscar los zapatos, no los encontramos. Pensamos que tal vez se los llevo la corriente.