martes, 9 de febrero de 2016

ELISA. ISTHAR


-Yo soy un unicornio-.

-¡Pero lo unicornios no existen!-.

-Eso es lo que siempre dicen. Que no existen. Que son imaginarios. Que tan solo habitan en la ilusión y la fantasía de aquellos que viven con los pies colgando-.

Isthar pensaba que la mayoría de la gente que vivía en esta tierra lo hacía con los pies colgando. Así pues, ¿Qué problema había?

Isthar observaba a su alrededor e intentaba entender que hacia ella en esa tierra, una tierra real con vidas reales y gentes reales, si ella era un unicornio. ¿Formaba entonces parte de esa otra realidad fantástica sumergida en la mente de la gente a la que le cuelgan los pies? Quizá ese fuera el motivo por el que no la veían. Paseaba por las calles de esa ciudad, que también era la suya, vivía junto a ellos, trabajaba con ellos, y sin embargo no le prestaban ninguna atención. Tampoco escuchaban su voz, ni reconocían su presencia. Tal vez solo se trataba de esto: ¿Que hacía un unicornio paseando por la Gran Vía? ¿Qué tipo de tierra era esta en la que podía pasarse desapercibido? Desapercibir era un verbo inexistente allí de donde ella provenía. Convertirte en invisible era aquí muy fácil, no se necesitaba hacer uso de la magia, al menos para aquel que se convertía en invisible, tal vez la magia la poseía el que no veía, no el que no era visto. Estaba empezando a comportarse como la gente de aquí, siempre formulando preguntas con prisa, sin dar tiempo a las respuestas a acudir a ti, una pregunta, otra, otra más, muchas, hasta que el alma se aprisiona entre esos signos interrogantes por no haber dejado espacio para escribir una respuesta. La impaciencia. Ella seguía dejando esos huecos imprescindibles para poder seguir adelante. Avanzaba por la calle, una calle llena de bullicio, ruido y vida. Se sentía en cierta manera aliviada por no ser vista, no era fácil explicar que es ser un unicornio con las palabras de aquí. Los escaparates de cristal le devolvían su imagen y no se veía tan diferente de los demás. Debía haber mas unicornios paseando por esta ciudad ¿Por qué no podía verlos? Tal vez estaba tan imbuida de esta realidad que ella también había aprendido a hacer uso del verbo desapercibir. Se sentó en un banco y espero. No estaba dispuesta a olvidar quien era. Tarde o temprano encontraría a otro unicornio paseando por la Gran Vía. Sentada en esa calle bulliciosa y concurrida, la tarde se esfumo rápidamente. Al oscurecer, Isthar, desde su banco frío e incomodo, descubrió sorprendida como un pequeño unicornio se acercaba calle abajo ¡tras él otro más grande! ¡Y tras este otro más! Subiendo la calle, a su izquierda, un nuevo grupo de unicornios jóvenes, sentado en el suelo, entre cartones, uno hermoso y fuerte, toda La Gran Vía estaba repleta de unicornios como ella. Tal vez el único misterio de esta tierra es que los Unicornio habían olvidado que lo eran. Isthar paseo la calle rodeada por seres iguales que seguían ignorándola. –No importa- Pensó. Estaba segura de que si alguno de ellos encontraba su reflejo en el cristal de un escaparate descubriría quien era. A la gente de aquí le gustaba mucho mirar escaparates. Isthar ya no volvería a la Gran Vía.

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