viernes, 9 de enero de 2015

UNO DE ESOS DÍAS.

Cuando se levantó aquella mañana, al principio, cuando observo salir el sol, y sacudió el pequeño árbol, ese que aún no era capaz de dejar caer el rocío, entonces, no se dio cuenta. Cerró la verja blanca al salir de casa y emprendió el camino cuesta abajo. Se preguntó porque siempre elegía esa opción si era el camino más largo. Se contestó inmediatamente, como si la respuesta se sintiera ofendida por la pregunta; simplemente porque es el más cómodo. Podía ver a cada uno de sus vecinos saliendo a la calle, al viejo sentado en el suelo cosiendo una red, al gran hombre rubio preparando los aparejos para salir a pescar, a los niños que corrían hacia la escuela…podía ver su imagen reflejada en cada cristal de cada tienda, podía ver todas y cada una de las cosas que cada mañana veía, y no se dio cuenta. Llego entonces al bosque. Tenía que atravesarlo y llegar al final, allí donde el lienzo se escondía. Ese lienzo limpio y vacío. El lienzo que le esperaba cada mañana. Pero no estaba. Recorrió la línea en la que debía estar suspendido, pero hoy solo era una línea imaginaria. No estaba. Y fue entonces cuando se dio cuenta de lo poco que importaba. Hoy desde la salida del sol nada le había importado. No había sentido nada. No sentía nada, ahora. Entonces se dio cuenta de que había perdido su corazón. Instintivamente se llevó la mano pecho y no encontró nada. ¿Cómo era posible? Ni siquiera ese descubrimiento le producía ninguna sensación. La nada, paz… ¿paz? Sensación de vacío. Volvió entonces sobre sus pasos. Ta vez, esta mañana, al sacudir el pequeño árbol no había sido rocío lo que habían dejado caer. Poco importaba, tarde o temprano, su corazón volvería. Hoy, solo eso… nada.
Seguramente se pondrá a llover.

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