jueves, 12 de enero de 2012

NO PIDAS LO QUE NO DAS

ELISA

Elisa ha llamado hoy. Me resultaba inquietante escucharla. Hablaba y hablaba, y Elisa no es de hablar mucho. Normalmente ella escucha, asiente y resuelve en dos palabras. Hoy  sin embargo hablaba y hablaba,  parecía nerviosa y asombrosamente tranquila a la vez.

ELISA: Me duele el cuerpo. Me duele el alma… me duele en un espacio profundo cuya puerta se encuentra en mi estomago. Es una mezcla de vacío, vértigo, angustia y tristeza. Me duele y me asombra.

Y entonces yo me pierdo. ¿Qué decir? ¿Cómo ayudar a alguien que se expresa respondiéndose?

ELISA: Pasa el tiempo… me recupero, me recoloco en mi nueva vida pero de vez en cuando algo me incomoda, como cuando la ropa no se ajusta al cuerpo. De repente todo carece de sentido, la lógica desaparece y el dolor y la tristeza me recuerdan el gran cambio. Y el cambio se tiñe de eso… y tengo que sacudirme para alejarlo de mí.

Y la escucho a través del teléfono y me angustio, siento un nudo en la garganta y agarrada al móvil asiento como si ella pudiera verme. ¿Cuánto dura la pena? Creo que hasta que te llega al cuerpo, se adentra en él, lo habita, y se aleja serenamente sin que apenas te des cuenta.

ELISA: Ayer un amigo me dijo: - no pidas lo que no das- y no logro entenderlo… no se a que se refiere. ¿Qué pido? ¿Qué no doy? Solo quiero recuperarme y seguir caminando, como cuando éramos niñas y yo avanza mientras tú hablabas y envolvías de ruido el camino.  Solo quiero sentirme en paz… ser fiel y honesta conmigo. Seguir abierta a la vida. ¿Y eso no lo doy? ¿Qué no doy?

Y  me asombro del comentario. –“No pidas no lo que no das”- Pero Elisa pone todo su ser en la vida, y solo pide libertad para vivirse. Creo que ya lo entiendo: pide libertad y en el fondo no se la está dando a si misma. Tal vez debería vivir más libremente… ¿y la libertad le caería directamente del cielo? Si le digo esto a Elisa sonreirá y me dirá que es la pescadilla que se muerde la cola. 

ELISA: No pidas no lo que no das. ¿Yo que pido Isabel? Solo pido recuperarme profundamente, ser fiel a mí. ¡Claro! Eso es lo que tengo que dar… Gracias Isabel

ISABEL. ¿Por qué? No he dicho nada.

ELISA. Por eso. El silencio es el hogar de las cosas que nacen.

ISABEL: Ya. Y la que contesta es mi pequeña Isabel, esa niña de diez años que perseguía a Elisa con cara de asombro.

Cuando pedimos algo al cielo nos olvidamos de ponerlo en nuestra vida. Cuando lo hacemos, el cielo lo deja caer sobre nosotros.





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