viernes, 2 de diciembre de 2011

LA SABIDURÍA DE LAS ARENAS


ELISA

CUENTO SUFÍ. LIBRO, LA SABIDURÍA DE LAS ARENAS. OSHO


Un arroyo, desde su nacimiento en las lejanas montañas, después de atravesar todo tipo de paisajes, alcanzó por fin las arenas del desierto. Igual que había cruzado todas las demás barreras, el arroyo trató también de cruzar esta, pero se encontró que en cuanto se adentraba en la arena, sus aguas desaparecían.
 Sin embargo, estaba convencido de que su destino era cruzar ese desierto, y de que a la vez no había manera de cruzarlo. Entonces una voz oculta, que salía del mismo desierto, le susurró: “El viento cruza el desierto, e igualmente puede hacerlo el arroyo”.
El arroyo objetó que estaba arremetiendo contra la arena, pero que sólo estaba siendo absorbido; que el viento podía volar y  que gracias a ello podía atravesar el desierto.
“Arremetiendo, de tu manera habitual, no podrás atravesarlo. Desaparecerás o te convertirás en una marisma. Debes dejar que el viento te lleve a tu destino.”
“¿Pero cómo puede esto suceder?”.
“Dejando que el viento te absorba”.
Esta idea no era aceptable para el arroyo. Después de todo, nunca antes había sido absorbido. No quería perder su individualidad, y una vez que la hubiese perdido, ¿cómo iba a saber si podría volver a recuperarla?
“El viento”, dijo la arena, “cumple esa función”. Evapora el agua, la transporta a través del desierto, y después la vuelve a dejar caer. Al caer en forma de lluvia, el agua se vuelve a convertir en un río”.
“¿Cómo puedo saber que esto es verdad?”
“Así es, y si no me crees, no podrás convertirte más que en un cenagal, e incluso eso te costará muchos, muchos años; e indudablemente no es lo mismo que un arroyo”.
“¿Pero, no puedo seguir siendo el mismo arroyo que soy hoy?”
“No puedes seguir así en ninguno de los casos”, dijo el susurro. “Tu parte esencial es transportada y vuelve a formar un arroyo. Tú recibes el nombre que tienes, incluso hoy, porque no sabes que parte de ti es la esencial.”
Cuando el arroyo escucho esto, comenzó a resonar un cierto eco en sus pensamientos. Débilmente, recordó un estado en el cual él —¿o era una parte de él?— había sido sostenido en los brazos del viento. También recordó —¿lo recordó?— que esto era lo que realmente había que hacer, aunque no necesariamente lo más obvio.
Y el arroyo hizo ascender su vapor hacia los acogedores brazos del viento, que suavemente y con facilidad le llevaron hacia arriba y a lo lejos, dejándole caer suavemente en cuanto alcanzó la cima de la montaña, muchos, muchos kilómetros más allá.
Y como había abrigado sus dudas, el arroyo fue capaz de recordar y grabar con más fuerza en su mente los detalles de la experiencia.
Él reflexionó. “Sí, ahora he conocido mi verdadera identidad”.
 El arroyo estaba aprendiendo. Pero las arenas susurraron: “Nosotras lo sabemos, porque lo vemos suceder un día tras otro y porque nosotras, las arenas, nos extendemos desde la orilla del río por todo el camino hasta la montaña”.
Y por eso se dice que el camino por el que el arroyo de la vida tiene que continuar su viaje, está escrito en las arenas. 
 

A raíz de mi separación, a raíz de una experiencia dura, transformadora, una experiencia que no permite continuar donde estabas, que hace temblar y caer los cimientos de tu vida, a raíz de experiencias así, todos nos movilizamos. Yo decidí hacer las cosas de otra manera, buscarme después de ello, descubrir quien era yo realmente, no mantenerme en el recuerdo del un pasado que ya no estaba, no obligarme a permanecer en un ser que tal vez se había quedado atrás. Yo quería que ese cambio hiciera mella en mi vida, quería dejarle pasar, actuar, quería que no fuera en vano. A veces a raíz de una experiencia dura nos removemos lo hacemos durante un tiempo, pero el ser se asusta, se acomoda y con suavidad y discreción, sin que apenas lo notemos vuelve a donde a estaba. Y entonces la experiencia apenas sirve, la oportunidad se queda en un pequeño aliento y te preguntas si ha merecido la pena. Yo sigo atenta cada día, cada instante intento que no me atrape la costumbre y que lo que he vivido, duro, me lleve más lejos, me transforme.

Leo mucho a Osho, Isabel me lo enseñó. Encontré este cuento en uno de sus libros, y enseguida reconocí en él mi propia vivencia. Y como el arroyo, la esencia de lo que soy permanece. El cambio trajo mucho sufrimiento, como cuando mi madre se fue, pero en ambos casos han sido un regalo del cielo.





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